viernes, 2 de enero de 2009

Doña Lagarta y los pescadores


R. Soberanes

La actividad de la pesca está en un bache, los que se dedican a ella aseguran estar pasando por el peor momento que recuerdan. En las playas de Antón Lizardo, los pescadores independientes, acostumbrados a las alzas y bajas de sus ganancias, comienzan a notar que el negocio se estancó, al tiempo que el costo de los insumos continúa en aumento, sin que gocen de ningún tipo de apoyo gubernamental.

Las lanchas que se pasean por las costas de Antón Lizardo, igual que cualquier automóvil de modelo no reciente, utilizan gasolina Magna Sin, por lo tanto, ellos sufren los efectos de los constantes aumentos del combustible y toda la cadena de alzas que ello genera. La particularidad de los trabajadores del mar es que el precio de su producto fluctúa cada día.

"Puedes matar 200 kilos o nada", dice Rubén Rosas López, quien asegura que ha sido y será pescador toda su vida a pesar de que el 2008 es el peor año que recuerda en cuanto a sus ganancias. Desde las playas de Antón Lizardo, él ha visto partir a muchos compañeros a realizar otros trabajos que les dejan mejores dividendos.

"Yo soy pescador 100 por ciento, no pude estudiar loco, era muy pobre. Lo bueno -agregó- es que acá es bien barato morirse, hay terrenos bien baratos de dos por dos", comentó sin ningún dejo de preocupación. No obstante, reconoció que se enfrentan a tiempos inéditos y (aquí sí, preocupado) los precios de su producto se han estancado.


El kilogramo de Peto normalmente cuesta 40 pesos, en los últimos meses no sube de 20 pesos. La Rubia bajó de 35 a 18 pesos, la Sierra, cuyo precio suele ser de 40, ahora se vende a 15 y el Cazón pasó de estar a 20 a fluctuar entre los 15 y 17 pesos permanentemente. Esto por poner algunos ejemplos.

Con esa reducción de ganancias, ellos salen a pescar en una superficie de 20 millas hacia el mar teniendo que gastar unos 100 pesos "por cada salidita". para costear el hielo que mantiene fresco el pescado, los aceites, la carnada y la gasolina. Ello sin contar las reparaciones de sus equipos de pesca.

"¡El otro día fui con la tía Lagarta a conseguir una red de media pulgada!" interrumpió otro pescador, joven, que atendía a la entrevista. Su comentario significa que ya no le alcanza para comprar redes y recurrió a la caridad de una tal tía Lagarta para que le prestara una red.

Aprovechando la interrupción de uno de sus ayudantes, Rubén Rojas dijo señalándolos, que cuando ve que alguien no tiene ganas de ir, prefiere bajarlo de la lancha para que no afecte la cosecha. "Aquí quiero fuera la mala vibra", dijo el pescador, dueño de tres lanchas.

"¡Cuando hay Cazón, nos vamos con vientos de hasta 40 kilómetros, una vez fuimos y matamos 200 kilos!", y luego ensombreció su expresión: "pero nos lo pagaron a 15. Es una mafia eso del precio".

Según su experiencia de años, ha visto cambiar el paisaje de las playas. Antes, las lanchas eran tripuladas por cuatro o cinco personas, ahora lo más frecuente es ver pescadores solos, puesto que muchos han optado por dejar el trabajo en el mar por algún empleo en la ciudad, o bien en la zona turística, especialmente en Boca del Río, donde son requeridos buenos navegantes en las zonas exclusivas de yates.

En suma, desde hace ocho años a la fecha, la actividad pesquera se ha reducido constantemente, dato que nos fue imposible constar en el Instituto Nacional de Pesca, cuyas autoridades se excusaron por estar ocupados con los "cierres de año" y pospusieron la plática de diez minutos para "enero".

En la pesca, como en otros gremios, la política está inmiscuida, y en este caso los pescadores independientes resultan afectados al quedar fuera de los apoyos gubernamentales. La Secretaría de Desarrollo Agropecuario, Rural, Forestal, Pesca y Alimentación (Sedarpa), a través de un programa de Apoyos a la Restitución de Equipos y Artes de Pesca ofrece impulsar a las "organizaciones económicas y unidades de producción rural".


Esto ha llegado a oídos de los pescadores independientes, que descartan por completo acercarse a solicitar los apoyos, puesto que aseguran que se trata de unos motores marca Zuzuki para lancha, "pero esos para estas madrizas nunca han servido". Además -dijo Sergio Fernández Cañete, otro pescador- para recibir un apoyo hay que ser cooperativista, incluso, recordó que en alguna ocasión le dieron un motor de lancha a un camionero "que apenas y a pisado la playa".

En suma, no creen que los motores de lancha les puedan servir y optan por valerse por sus propios medios. No obstante, están bien enterados de los apoyos que les llegan a los que sí son cooperativistas. Hace años -cuentan entre todos-, les “apoyaron” con motores “gringos” que no sirvieron para nada. Incluso, un mecánico “se tuvo que ir al vivir” al almacén donde los tenían puesto que no paraban de llegar las máquinas descompuestas.

Algo que no requiere afiliación a ninguna cooperativa es la actividad proselitista de los candidatos que llegan “a levantar las listas para las despensas”.

“Le deben llegar los apoyos a los que sí trabajan”, consideró Sergio Hernández. “Aquí apoyos no hay, hay despensitas chiquitas que traen y te piden copia de tu credencial. Las despensas ya nos las conocemos, te dan medio kilo de azúcar, arroz, frijol, aceite y dos bolsas de Minsa”.

Aunado a los problemas mencionados, ellos acusan que la entrada a los mercados del pescado de Alaska “nos rompe la figura”. Además, la producción de Alvarado les ha mermado a la hora de ofrecer su producto en el mercado.

“¡Llegaron los alvaradeños con su cargamento de pescado, encuéntrenos en la bodega 20!”, anunciaba un altavoz en la Plaza del Mar, lugar donde se instalaron los vendedores que ocupaban anteriormente el mercado Pescadería.

En la Plaza del Mar, instalada en el norte de la ciudad en una zona alejada del bullicio de la ciudad, hay historias parecidas. En general coinciden en señalar al 2008 como un año especialmente malo para ellos en el que han visto reducidas sus ganancias a causa de las obligatorias bajas del precio de sus productos.

Mario y Félix Yepes, padre e hijo, atienen su puesto de pescado en la Plaza, afirman que sus ganancias oscilan entre los seis y los 10 pesos por cada kilo que venden, situación que los tiene con la soga al cuello. Durante el 2008, hubo una racha desafortunada que duró desde agosto hasta octubre en la que prácticamente no tuvieron trabajo.

Aseguran, mientras fileteaban el ceviche, que “la mayoría de aquí están endrogados” a causa de el problema de moda: el alza a los insumos. Según don Mario Yepes, se ha hecho común hablar de los pescadores como los más necesitados de apoyos, “¡pero acá también estamos con la lengua de fuera!, si el gobierno le echara un lente a estos localitos, ¡olvídate!”.

A diferencia de los pescadores, los vendedores de la Plaza del Mar son todos “independientes” y no tiene un gremio organizado, con lo cual, no tiene contacto con los “apoyos” de los que en un momento dado pudieran beneficiarse.

Se despiden los pescadores y los comerciantes de un año con experiencias indeseables: alzas de insumos, ventas bajas, mercancías concentradas en hieleras que nunca salieron al público por la falta de demanda. Un año de puños apretados, como los de don Manuel , quien sostenía entres sus dedos un fajo de billetes que no pasaba de los 300 pesos. Era todo su capital, y se redujo a la mitad cuando llegó “el hielero” a cobrarle su mercancía.

2 comentarios:

enreverado dijo...

Chale es que describes la realidad de forma tan cotidiana que pareciera que uno es el pescador jodido, o el Popoluca viviendo entre la niebla, o Martín caminando junto al Ferras en las vías del tren, o el poli viendo su miedo en los ojos aterrados del ladrón... haces vivir lo cotidiano de esta vida tan sabrosa que habita en las personas que nos rodean; que parecen ordinarias pero son más reales que los sueños que revolotean en la mente, que merecen nuestra atención más que cualquier promesa...

Relax dijo...

Pues tal vez lo que más convendría es que se organizaran en una cooperativa o algo y vinieran al DF a vender su producto. Aquí es muy caro comer pescado, solo lo puedo hacer una vez por semana o algo así. Eso de veinte pesos el kilo suena a sueño por acá-