miércoles, 25 de noviembre de 2009

La otra industria del puro en San Andrés descrita por el "catador de Turrent"

Raúl Moreno Colí eligió al azar uno de sus puros robustos. Lo tiró al suelo, lo pisó y dijo: "si recupera su forma original, es que es un buen puro". En unos segundos quedó tal como estaba. 


A los 13 años ya pasaba sus días entre hojas de tabaco y a los 16, cuando la Ley se lo permitió, comenzó a trabajar en la fábrica más famosa de San Andrés Tuxtla, Veracruz. Hoy cuenta con orgullo que laboró ahí 40 años y fue el "catador  oficial" de la prestigiosa marca de la familia Turrent.

 

En los primeros días de la industria desfilaban los cubanos que venían a enseñar, ahora -dijo con seguridad- vienen a aprender.


Con el paso de los años, se grabó los tamaños, grados de fermentación, tipos de hoja y sus cualidades y aromas. 



Hoy, como un alquimista romántico, sabe cómo mezclarlas para que el puro le regale su mejor esencia. Así, colaboró en la creación de las "ligas" Turrent y Te Amo junto con uno de sus maestros, el cubano Pedro Gómez "el último de los 

cubanos" que echó raíces en la tierra del Salto de Eyipantla. 


Además de Pedro Gómez, fueron sus maestros José García Montes, "un señor cubano purero que se las sabía de todas todas" y Álvaro González, antiguo socio de la fábrica a quién le decían "Papi". 


Eran épocas en la que el negocio era manejado por los propios empleados y trabajaban con un cariño que, a juzgar por los ademanes de "Colí" al hablar, pudiera ser la causa de que el nombre de los famosos puros sea "Te Amo". 


Detrás de su casa, atravesando su jardín fresco con olor a cítricos y pasto recién cortado, Raúl Moreno Colí tiene su pequeña fábrica de puros. Los Moreybas, que son los suyos, dice que son mejores que los Te Amo, a los que quiso por cuatro décadas. 


La fabricación de un bueno puro, dijo, comienza con la elección del tabaco: Años atrás, Álvaro González ya se había mudado al centro de la República y encargó un cargamento de tabaco en San Andrés. 


Al pararse frente a las gabillas de tabaco, pidió que le abrieran una y tomó el aroma con sus manos echándoselo a la cara como si fuera agua. Aspiro profundo. Pidió que le abrieran otra, otra y otra más. 



Al cabo de 12 paquetes dijo que no se llevaría ninguno porque le habían mezclado hoja de la que no sirve a la que sí sirve. 

El Morrón roto le ayuda a Colí a hacer las ligas que le gustan, le da un sabor "dulzón" al puro, y hojas claras, "término medio". 


Cuando compra su tabaco, ahí mismo frente a sus surtidores, se hace una tripa (un puro de prueba) y elige sus combinaciones. Se fija que tenga sabor al momento de que el humo esté en la boca, pero que se lo lleve al salir, que no pique en la garganta ni la deje muy impregnada para así poder saborear con paladar renovado la nueva bocanada. 


Como él, hay unos 40 pureros independientes quienes llaman a sus pequeñas fábricas "chinchales" y son una molestia para las grandes fábricas, ya que estas aducen que venden puros de menor calidad y precio y les afectan sus 

ventas. 


No obstante, convencidos de su calidad, los "chinchaleros" han intentado agremiarse en una integradora que les permita comercializar sus puros en el mercado nacional. Hasta hoy no lo han logrado. 


Los grandes consorcios, que exportan el 60 por ciento de su producción, quisieran que los chinchaleros desaparecieran. Pero no lo harán, seguirán llevando paquetes de hojas de tabaco a sus casas, donde nadie los molesta. 


En el tranquilo San Andrés, viven pensando en la fermentación de sus hojas, en la fortaleza de sus puros y en su aroma (liga), en los apuntes de sus experimentos, en elegir entre hoja primera, segunda, morrón, cuarta y quinta. 


Una vez que elija el morrón, habrá que ver si ocupa roto (el dulzón), oscuro o claro. Y definir la capa, si es con "primera o con segunda", dijo don Raúl Moreno Colí, el "Catador de Turrent" sosteniendo con sus manos sexagenarias una tripa que habrá de servirle para crear el aroma de ese día. 

lunes, 2 de noviembre de 2009

Consejos de un mariachi desde el panteón para vivir mejor

Por única vez en el año, había más personas con vida que sin ella en el camposanto. Unos acompañaban a sus muertos y otros se ganaban la vida vendiendo comida impregnada de polvo de panteón, en el fresco y ventoso 2 de noviembre que se “vivió” en el puerto jarocho.

A las 11:13 de la mañana, la marimba comenzó a entonar “amor eterno” en el abarrotado Panteón Jardín de la Ciudad de Veracruz. 50 metros más adelante, el mariachi consolaba a los familiares de un difunto diciéndoles que “la vida es un sueño”.

“¡Cuando me muera no voy a llevarme nada!” cantaba una voz quebradiza sobre las tumbas, y afuera del Panteón Jardín los vendedores lanzaban agrias quejas contra el ayuntamiento que se dio vuelo cobrándoles “por metro” de banqueta para vender comida y flores.

364 pesos pagó por cada metro una señora dedicada a vender flores, que se reservó su identidad “porque desgraciadamente soy roja”, aludiendo a su afinidad al PRI, y advirtió, jocosa, que “¡Jon (Rementería, alcalde) se está pasando de lanza!” con las cuotas impuestas por su administración.

El mismo sentir se encontraba en cada puesto de vendimia, y aunque el mariachi dijera que al morir “nomás me voy a llevar un puño de tierra”, los comerciantes informaban a los reporteros sobre las tarifas arbitrarias que habían pagado al municipio de Veracruz, lo cual ya les había asegurado irse a casa con mucho menos dinero de lo que esperaban.

Pagaron cuota todos: la señora de las cocadas, la de los esquites, la de las flores, la de los cocos y caña de azúcar, la de los chiles rellenos y atole, la de los cacahuates y hasta el de la bicicleta que vendía “agua limpia” para los arreglos florales de las tumbas.

Fue un lunes tranquilo en la ciudad y agitando en la morada de los difuntos. Mientras en el zócalo y otras zonas conflictivas el tráfico fluía con rapidez, un agente de tránsito se quejaba de su brazo entumido de tanto hacer la señal de “avance” desde las 7 a.m. afuera del panteón, ante la burla de los franeleros que se dieron cita.

Hoy todo seguirá igual. Las tumbas, apretadas bajo el acecho de la hierva, los muertos a descansar y los vivos a “darle gusto al gusto” porque “la vida pronto se acaba”.