domingo, 30 de noviembre de 2008

El mero día

Con mi mejor ropa salí ese día, mi gran día. Sentía una fuerza por dentro que me obligaba a sentirme muy bien, nervioso y con esos pantalones que me quedaban chicos y me calaban medio gacho, pero muy bien, con zapatos sin lodo, calcetines discretos, camisa nueva y todo.
Era un día por la mañana, muy, muy soleado y no tan bonito pero sí aceptable para pasear. Solo íbamos a hacer eso porque no era yo de suficiente confianza para sus papás como para que me dejaran llevármela a la ciudad para hacer algo más que pasear.
Tampoco iba a pasar por ella a su casa porque sus papás no querían ni verme todavía. De hecho ni se iban a enterar. Sólo en secreto había aceptado salir conmigo. Teníamos que vernos a las doce en la cola de las tortillas, para pasar desapercibidos y nada más me iba a dejar dar tres vueltas al parque con ella, luego cada quien se iría por su cuenta, y luego de eso, pues quien sabe.
Resulta que a esa hora ya no hay tortillas ni gente, así que ni nos confundimos con la gente, ni pasamos desapercibidos, ni nada. Yo llegué primero y ahí la esperé como quince minutos, aguantando las habladas de las tortilleras. Aguanté mucho, pero después me desesperé y les menté la madre a cada una de las tres por separado, y cuando iba en el tercer insulto, llegó Margarita. Pasó rápido, ni se detuvo, así que yo caminé luego luego atrás de ella. Me enojó mucho que Margarita alcanzara a escuchar las tres mentadas por separado que me dijeron a mí también.
Tardé tres minutos en terminar de admirarla con ese vestido café claro que tan bien va con ella y que tan perfecto le permite enseñar cómo es de bonita su figura y cómo es que seguro nadie a tocado su piel. Luego pregunté que cómo estaba, y ella amable contesto, medio indiferente pero contestó que bastante bien.
-¿Contenta?
-Si –me dijo por fin mirándome por primera ves y como que sonriendo. No aguanté su mirada sobre la mía y tampoco miraba mucho su cara porque se me notaría lo embrutecido, entonces se me volvió a adelantar hasta que llegamos al parque que estaba lleno de chamacos trepados en los naranjos que estaban listos para cosecharse. Le iba a ofrecer un helado en ese momento pero no se lo ofrecí porque un chamaco me tiró un naranjazo que me dio justo en el riñón y me dejó hincado de dolor como si yo le pidiera perdón a él y no al revés. Hasta las lágrimas se me salieron pero no le grité nada, solo me puse rojo y me tuve que aguantar. Tenía la esperanza de que Margarita no se diera cuenta pero volteó por culpa de las risas de los boleros y me alcanzó a ver todavía sobre mis rodillas.
-¿Te lastimaste?.
-Solo me pegaron en la pierna pero ya estoy bien.
-Pues te han de haber dado otro en la espalda porque te ensuciaron tu camisa-, así me dijo como que medio burlona. Se dio la media vuelta. Entonces noté que estaba avergonzada y hasta dudaba en esperarme, de pronto llegó otro naranjazo, pero este se estrelló en el mero centro de la nalga izquierda de Margarita. Sonó chistoso.
-¡¡A su puta madre!!
Gritó ella con todas sus fuerzas perdiendo todo el estilo. A mí hasta miedo me dio y los boleros ni se atrevieron a reírse otra vez. Ella tomó la naranja y con notable puntería se la acomodó en la mera trompa al primer niño que vio (que por cierto no era el culpable). La pobre lloraba y se sobaba. El niño quedó todo atarantado y yo me sobaba el riñón y la consolaba, ahí, sentados en una banca que estaba lejos de donde los niños jugaban guerritas.
Traté de ponerla de buen humor pero me costó trabajo, hasta le dije que si quería le podaba de nuevo su jardín con tal de que sonriera, eso le dio mucha risa y me miró con ternura, yo a ella la miré con ilusión.

3 comentarios:

Bruno Ferreira dijo...

¡¡A su puta madre!! Vieras lo mucho que disfruté estos cuentos, mi buen Rodrigo...¡¡publica más, con una chingada!!
Un abrazo!

Unknown dijo...

¡Ja, que vaina, carnalito! Este cuento me ha echo reír harto bastante mucho y de cierto modo, como si hubiese recibido un ingrato naranjazo en el renal, me deja postrado de rodillas, meado de la risa. Ya comenzaba a delinearse tu tendencia irreverente y arrebatadora de risas desde allá en tu lejana inocencia. Se te da con harta facilidá lo de la comiqueada literata. Pachequezco el asunto -Y no por lo de la yerba fragante sino por el agüelito Jose Emilio-

Anónimo dijo...

jajaja ¡ah méndigos chamacos tan inoportunos! jaja no falta el malhora que acabe con toda la ilusión y el romanticismo que bárbaro don rodrigo cómo ha reido ay hasta las lagrimitas se me salieron. ¡Vientos por ese cuento!
saludos invisibles..