domingo, 11 de enero de 2009

IV. Hanna Baby (¿Y el sol?)

Su oído agudo la hizo elegir el bar. Unas flores moradas de terciopelo enmarcaban la puerta del establecimiento que soltaba tonadas funky desde sus entrañas. Una cascada de grandes listones de colores colgados del techo acariciaban las caras de la pareja. Ella lo tomó de la mano en ese túnel ciego que les prometía las fantasías del interior. El contacto de las telas con sus caras emitía un terso sonido parecido al de las víboras de cascabel. Lento fue su trayecto, pues la sweet sixteen trataba de palpar los listones uno por uno. Algunos los arrancó y en su dulce trance los acomodó al rededor de su cuello y brazos. El hombre escuchó sonar su armónica por sí misma.
Era claramente un lugar dispuesto para el baile en pareja, Así lo sugería el acomodo de los sillones anaranjados dispuestos en círculo, donde estaban sentados algunos comensales cuyos atuendos y actitudes los hacían parecer atemporales. A ella le gustaba la música de órgano que respaldaba el toing toing de fonky, él disfrutaba escuchando su armónica que soltaba una musiquita que le recordaba que estaba en el desierto. Alrededor de quince personas eran la concurrencia, todas tomaban una bebida morada, del mismo color de las flores de terciopelo de la entrada. Llegó un señor con cabellos en forma de flama vistiendo un bien planchado smoking del color de los sillones. No era enano, pero casi, media lo mismo parado que sentado. El Gafitas les entregó a cada uno su vaso.
-Sin rencores-, le dijo el anfitrión al cuarentón quien al verlo, puso cara de bebé esperando a que le den comida en la boca, y así lo siguió con la mirada hasta ver que tomaba de la mano a su contratación del día se perdía con ella por unas escaleras de caracol situadas tras los sillones.
Por alguna razón, el cuarentón le transmitía confianza a la jovencita. Tenía tres cualidades: estaba mucho más entrado en años que ella, le gustaba viajar con instrumentos productores de sonidos y además estaba vivo, no como su padre.
Los dulces talcos que flotaban en la pista la colmaron con sus aromas. Giraba ligera con sus telas dibujando figuras, la música le había arrancado el peso del cuerpo y sentía que mantener el equilibrio ya no implicaba un esfuerzo, sus rodillas se levantaban solas, su vientre las dirigía, sus hombros le daban la postura del ángel que saca el pecho para portar sus alas y la bebida morada la pintaba por dentro.
"Esta alegría no me la quita nadie", pensó al rechazar con toda sutileza una abrupta invitación de ligue de un nuevo huésped. Seguía con su celebración frente al ofendido pretendiente, frente a su cuarentón, frente a todos.
Tenía postradas sobre ella las miradas alegres de los demás que disfrutaban con su baile y su gracia única. Pero esos rostros comenzaron a cambiar. de pronto se mostraron preocupados. La jovencita había dejado de bailar y caminaba hacia otro sujeto recién llegado que apenas buscaba acomodo. El desconocido portaba una arma de alto calibre a la vista de todos. Al tenerlo enfrente, lo olfateó. Reconoció en sus ropas el mismo olor a grasa de su negocio de hamburguesas. Sintió que desfallecía ante la mala noticia.
En menos de 25 minutos estaban ella y él frente a la zona acordonada que resguardaba el cadáver de su madre y los empleados del restaurante que acababa de sufrir un brutal asalto violento. Miradas de condolencia se postraban sobre ella.
-¿Ya va a salir el sol? qué salga pronto, qué salga pronto-, dijo Hanna Baby, encerrada en la profunda noche de aquel día de noviembre.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

mehaquedadoundesagradablesabor sal enlaboca...deesodetristezaun pocodeangustia ysoledad...ademàs tuve la osadia de acompañar lostextos conelmhellvilledeluxe, uncigarroyuncafe...algo hadematarnosno???para darnos cuenta q estamos muertos....un megustò...aunqueme doliò.comotodo lobuenomque no?

Anónimo dijo...

pd.ladearribaesunaOZ.