Un jarocho, joven y amanerado, se salvó hoy de que los vidrios de sus ventanas se le enterraran en la cara.
Llegó a su casa, abrió la puerta, entró y la cerró lentamente. Más despacio que de costumbre, dijo. Eran las 5: 17 de la tarde. En las casuchas de enfrente, dentro de la vecindad, explotó un tanque de gas.
Los muros de los infortunados cayeron y las estructuras se pandearon. Adentro quedaron achicharrados los electrodométicos y las televisiones. En casa del jarocho volaron los vidrios y se incrustaron en su puerta.
El estruendo lo hizo saltar y sobresaltarse cual santa madona. Lo digo porque así lo dijo él, burlándose de sí mismo y de su casa ahora con exceso de ventilación.
En medio de sirenas y movimientos de los cuerpos de seguridad, el político famoso escuchó cuando me lo contaba. se acercó y le preguntó si él era el dueño de la casa sin vidrios y cuarteada. Sí, yo soy, le respondió. Te vamos a apoyar, le prometió. Ok, gracias, le dijo, importándole un carajo.
No lo reconoció y tampoco le hizo caso porque estaba absorto observando a los soldados que llegaron -con capuchas y armas largas- a descartar que se haya tratado de un explosivo de los malosos y aplicar el plan DN III.
Explosiones, virilidad, olor a quemado y cámaras de televisión frente a sus ojos. Y en su casa.
Hoy duerme con la brisa rodeando sus aposentos, lleno de vida y a salvo de las falsas promesas.